El otro día tuve una experiencia de esas que te marcan el día, y es
que cuando uno se pone la gorra de conductor, brota el diablillo que llevamos
dentro y que nos hace reaccionar de forma inesperada y sorprendente.
Hasta yo, que me tengo por una persona pacífica y conciliadora, cuando me pongo ante el volante, puedo convertirme en toda una "conductora agresiva" y soltar cualquier improperio que, en mi sano juicio, sería incapaz de decir. Por eso, tengo por norma tomarme cada trayecto con calma y disfrutar escuchando música, cantando y sonriendo, eso sí, sin apartar los cinco sentidos de la carretera.
Sin embargo, a pesar de poner la mejor de mis intenciones para que todo marche sobre ruedas, a veces viene alguien y me toca la fibra sensible. ¡Y es que no soporto que me piten!.
Por la cuenta que me trae, siempre trato de respetar las normas de conducir, por lo tanto, que me pisen los talones para achucharme o que me toquen el claxon para que acelere -cuando encima ya he sobrepasado los límites de velocidad- me ataca los nervios, y no sólo eso, como además me parece una falta de respeto, de educación y de civismo, suelo reaccionar de manera contraria a la que esperan, es decir, que ante los achuchones, yo lo que hago es pisar el freno e ir más despacio :-).
Pues estaba ese día dando vueltas por las inmediaciones de mi oficina
en la difícil tarea de encontrar un sitio donde aparcar, cuando un tipo desde una furgoneta roja empezó
a pitarme y a hacer aspavientos para que acelerase la marcha. Aunque pisé un poco el acelerador, tuve que seguir escuchando la molesta bocina y viendo sus gestos zafios a través del retrovisor.
Mi diablillo estaba a punto de hacer su aparición cuando de repente vi a lo lejos cómo alguien se preparaba para sacar su coche de una plaza. Con una alegría inmensa me acerqué y conecté el intermitente para señalizar el aparcamiento. Aún así, el tipo barbudo de la furgoneta no paraba de pitarme para que le dejara pasar. De verdad que ya no lo podía soportar. ¡Con lo feliz que me había levantado aquella mañana!
Mi diablillo estaba a punto de hacer su aparición cuando de repente vi a lo lejos cómo alguien se preparaba para sacar su coche de una plaza. Con una alegría inmensa me acerqué y conecté el intermitente para señalizar el aparcamiento. Aún así, el tipo barbudo de la furgoneta no paraba de pitarme para que le dejara pasar. De verdad que ya no lo podía soportar. ¡Con lo feliz que me había levantado aquella mañana!
Pero no acaba aquí la cosa, justo cuando me disponía a aparcar en el sitio que había quedado libre, de repente aparece un individuo y se
planta en medio de la plaza que yo ya consideraba mía. Ni corta ni
perezosa, atravesé el coche con ademán de aparcar y me coloqué justo delante de él indicándole con gestos que se apartara.
Como el de barbas seguía pitando y este nuevo personaje no tenía intención de moverse, directamente apagué el motor y me crucé de brazos a esperar que mi contrincante se marchara por su propia voluntad. Y mientras tanto, él me decía que el sitio era suyo y yo le contestaba que dónde estaba su coche, que yo había llegado antes. Y a su vez él me replicaba que necesitaba el sitio porque iba a trabajar todo el día por allí, y yo le hacía entender que yo no me iba precisamente de fiesta a esas horas.
El caso es que en un par de minutos se había formado una inmensa cola detrás del barbas que seguía pitando pidiéndome, esta vez con razón, que le dejara pasar. ¡Me sentí la persona más bucéfala del mundo!.
Como el de barbas seguía pitando y este nuevo personaje no tenía intención de moverse, directamente apagué el motor y me crucé de brazos a esperar que mi contrincante se marchara por su propia voluntad. Y mientras tanto, él me decía que el sitio era suyo y yo le contestaba que dónde estaba su coche, que yo había llegado antes. Y a su vez él me replicaba que necesitaba el sitio porque iba a trabajar todo el día por allí, y yo le hacía entender que yo no me iba precisamente de fiesta a esas horas.
El caso es que en un par de minutos se había formado una inmensa cola detrás del barbas que seguía pitando pidiéndome, esta vez con razón, que le dejara pasar. ¡Me sentí la persona más bucéfala del mundo!.
Y justo cuando empezaba a plantearme si debía darme por vencida, dejar el sitio al tipo ese y dar cincuenta mil vueltas más para encontrar otro lugar, apareció por mi derecha una personita que plantó cara al grandullón ordenándole con una seguridad aplastante que me dejara aparcar.
¡No me lo podía creer!. Yo, que había cerrado las ventanas, había puesto el seguro y me sentía mala malísima, una criatura angelical, de dulces rizos vaporosos consiguió mover de allí a aquella mole que no daba crédito a cómo una mujer tan chiquitita le pudiera dar órdenes de aquel modo.
Por supuesto di las gracias a mi heroína y me disculpé por el atasco que había provocado, y ella, muy tranquila, me contestó que no me preocupara porque yo tenía toda la razón.
¡No me lo podía creer!. Yo, que había cerrado las ventanas, había puesto el seguro y me sentía mala malísima, una criatura angelical, de dulces rizos vaporosos consiguió mover de allí a aquella mole que no daba crédito a cómo una mujer tan chiquitita le pudiera dar órdenes de aquel modo.
Por supuesto di las gracias a mi heroína y me disculpé por el atasco que había provocado, y ella, muy tranquila, me contestó que no me preocupara porque yo tenía toda la razón.
Finalmente conseguí aparcar y cuando me desabroché el cinturón, respiré hondo y me sentí francamente incómoda con la situación que había generado. Me quedé sentada un rato para reflexionar sobre lo que había pasado. Quizá me había sobrepasado con mi actitud pero además, me asaltó la duda de si a consecuencia del problema alguien me podría pinchar las ruedas o hacerme alguna faena similar. Afortunadamente nada de eso ocurrió.
La verdad es que nunca sabes la reacción de la gente ante diversas situaciones y por eso siempre suelo evitar cualquier enfrentamiento con personas desconocidas. En esta ocasión sentí la necesidad de hacer valer mis derechos pero es cierto, que si no hubiera sido por mi angelical heroína, no sé cómo habría acabado esta historia.
Y tú, ¿Qué hubieras hecho en mi lugar?
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