lunes, 16 de noviembre de 2015

Desconectar de la rutina

¡No me puedo creer haber estado 3 días desconectada de Internet, televisión y cualquier otro medio de comunicación y haber sobrevivido! Es más, regresé como nueva, con  la sensación de haber aprovechado el tiempo al máximo y con ganas de volver a repetirlo. Fue un fin de semana largo que me pareció corto, en el que compartí charlas, risas y vivencias con unos buenos amigos en un lugar singular. 

Ir de casa rural es uno de los planes que más me gustan para una escapada de fin de semana. Este tipo de alojamientos tienen un encanto especial, sobre todo si la casa guarda ese sabor  de antaño y que algunos propietarios saben bien cómo conservar rescatando materiales, muebles y enseres que aportan una nota cálida a esos robustos muros de piedra que aíslan el hogar de las posibles inclemencias del tiempo. 

Me encantan las vigas de madera vista, los suelos de barro, las alacenas antiguas, las camas con dosel o cabezales antiguos y con mullidas colchas que invitan al descanso. Las flores en el alfeizar, el porte de las chimeneas, los vistosos azulejos en la cocina, las cortinillas debajo del lavabo, los mil y un detalles, en definitiva, que te transportan quizá a otra época, a otras formas de vida, y que estando allí, observándolas, llegas incluso a plantearte vertiginosos cambios.

Es otro ritmo de vida en el que la naturaleza cobra protagonismo. Te despiertas con los primeros rayos del día, abres la ventana y observas una maravillosa obra de arte, un cuadro pintado con los colores del otoño donde las pinceladas descubren esbeltos árboles, redondeados setos, casitas con sus tejados a dos aguas, chimeneas encendidas y percibes un intenso olor a romero y a leña que te indica que ya hay vida. Desayunas un esponjoso bizcocho hecho con productos ecológicos y te tomas un café de puchero, o de Melita, o de lo que sea, y curiosamente no echas en falta tu matutino Nespresso.

Luego sales a disfrutar del día, a recorrer senderos perdidos, a buscar setas escondidas o a conocer pueblos con historia, donde los paisanos te miran curiosos y te ofrecen sus productos de la huerta. España es un país de gran riqueza y tenemos muchos rincones aún por conocer.

Y  después del ajetreo llega la hora de la comida y aprovechas para degustar los platos de la región, y comes sin prisa, y entre risa y risa te dan las mil. Empieza a caer la noche y paseas por el pueblo, asomándote por las verjas de otras casas desde donde se perciben cálidas luces y se perfilan sombras de gentes que hablan, cantan, o simplemente reposan tranquilas, quizás leyendo, en un desgastado sofá. Y sí, la imaginación me asalta, y me veo allí, en una de esas casas de piedra, retomando mi afición por la pintura, decorando la casa con ilusión, cuidando hortensias en el jardín, y jugando con tres o cuatro perros a la vez.

Volveré a la rutina, a escuchar el despertador por la mañana, a desgastar el tiempo en atascos incomprensibles, a teclear mil letras en mi portátil, a contestar e-mails, llamadas, mensajes, whatsapps y todo lo que la tecnología se inventa. Volveré a casa por la noche y sentiré que queda menos para el viernes y soñaré con volver a  disfrutar de esas rutas, de esos lares, de esos aromas que me hipnotizan, de esos aires limpios y puros, de esos paisajes que cambian con las luces del sol y las nubes.


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