lunes, 1 de junio de 2015

No lo supongas, pregunta

¿Alguna vez has metido la pata hasta el fondo por haber entendido mal un mensaje? ¿Alguna vez te has sentido absolutamente inútil por no haber hecho lo que realmente se esperaba de ti?

Una de las normas más importantes de la buena comunicación es asegurarse de que la información se ha entendido bien.

 
 
Generalmente todos vivimos acelerados, nos falta tiempo para hacer infinidad de cosas y a veces pecamos de resumir las cosas en exceso asumiendo que el resto de la gente sigue nuestro ritmo. Pero una de las cosas que he aprendido y que trato de poner en práctica, aunque no siempre es fácil, es no presuponer las cosas, porque seguro que acabo equivocándome.

 
 
En una conversación, tanto el emisor como el receptor son responsables de que el mensaje se reciba correctamente, pero más aún cuando el propósito de esa conversación es llevar a cabo una acción. Así pues, tanto el emisor como el receptor deben utilizar el mismo lenguaje, lo que a veces puede suponer bajar el nivel y evitar ciertas jergas profesionales o tecnicismos, y sobre todo, ambos deben verificar que la información se ha entendido perfectamente.

 
 
Para ello no basta con que el emisor pregunte “¿Lo has entendido?”, porque el receptor puede dar un sí como respuesta estando convencido de que ha captado el mensaje cuando en realidad ha entendido algo bien distinto. Lo recomendable es que al finalizar la conversación uno de ellos recapitule las acciones a tomar con el fin de llegar a un consenso: “En resumen, hay que organizar la grabación del vídeo promocional para el nuevo producto antes del día 30 y en esta semana hay que preparar la lista de invitados para el lanzamiento global del producto”.

 
 
Como veis, esto, que no debería llevar más de un par de minutos, permite asegurar que se tomen las acciones correctas y que a la larga se ahorre mucho tiempo. Sin embargo, muchas veces este paso se omite y, dependiendo de la dificultad de lo que haya que hacer, puede llevar a malentendidos y problemas.

 
 
Hace tiempo una amiga me comentó una anécdota que le ocurrió con su antiguo jefe y que refleja bastante bien este asunto. (Querida amiga, si lees esto, espero que no te molestes por apropiarme de tu historia, en su día me pareció tan divertida que no he podido resistirme a recordarla aquí). El caso es que el jefazo era de otro país, hablaba otro idioma y aunque se defendía en español, le faltaba vocabulario y agilidad verbal lo que a mi amiga le dio bastantes quebraderos de cabeza. En una ocasión, su jefe la llamó a su despacho y le comentó que era el cumpleaños de un familiar y que necesitaba cuanto antes una tarta que tuviera un muñequito encima que se moviera y que fuera gracioso.
 
 
Mi amiga, acostumbrada a organizar para él las cosas más estrambóticas, supuso que quería organizar una fiesta de cumpleaños y enseguida se puso a buscar por internet. Localizó varias pastelerías y obradores donde personalizaban tartas de cumpleaños pero que pudieran incluir un muñequito móvil era más complicado de lo que creía. A los pocos minutos de la búsqueda, le llamó su jefe preguntándole si ya había encontrado la tarta. Ella le dijo que aún no, que lo estaba buscando. Un poco sorprendida por la premura supuso que la fiesta debía ser para ese mismo día así que siguió buscando añadiendo al reto que la tarta estuviera lista en el día. Y mientras investigaba volvió a recibir la llamada de su jefe unas cuantas veces: “¿Pero qué pasa?,  ¿No lo encuentras?, Es que me urge mucho, ¿Por qué tardas tanto?”. Al cabo de un par de horas mi amiga dio con una súper pastelería que personalizaba todo tipo de tartas y además la podían hacer en un tiempo récord, esa misma tarde podrían recoger la tarta con un muñequito simpatiquísimo encima. Mi amiga entró entusiasmada en el despacho de su jefe mostrándole fotografías de los modelos de tartas que podían hacerle y con el precio de cada una pero, lejos de recibir un efusivo agradecimiento, vio cómo su jefe no daba crédito a lo que estaba viendo. “¿Pero qué tiene que ver lo que te he pedido hace ya dos horas con estas tartas de bizcocho y chocolate?”.

 
Mi amiga no se lo podía creer, aquella búsqueda había sido totalmente inútil, ¡qué pérdida de tiempo!. Porque lo que su jefe había querido pedirle no era otra cosa sino un icono gracioso para felicitar un cumpleaños por e-mail. Y además, ¡lo podía haber conseguido en "cero-coma"!.

He de decir que mi amiga es una magnífica profesional, realmente competente y organizada, pero en aquella ocasión le falló la presunción de lo que su jefe realmente quería.

 
Así que, sigue mi consejo, no presupongas nada, cerciórate siempre de lo que debes hacer y nunca te reprimas a preguntar tus dudas.
 
¡Hasta la próxima semana!

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