¿Quién no ha tenido que hablar en público alguna vez? Ya sea
en la Universidad, en el trabajo o en otras situaciones, a menudo se nos presentan ocasiones en las que
tenemos que enfrentarnos a la experiencia de pisar un escenario.
Recuerdo la primera vez que hablé ante un gran número de personas, fue en segundo de Periodismo y tuve que exponer un trabajo sobre Jovellanos. Tras investigar en profundidad la vida y obra de este escritor y político asturiano cuyas ideas ilustradas quedaron patentes en numerosas obras de carácter pedagógico, redacté un completísimo trabajo del que me sentía realmente orgullosa.
Sin embargo, cada día que pasaba me encontraba más y más nerviosa porque presentía que el tema en cuestión no iba a despertar, lo que se dice, grandes pasiones, pero me propuse hacerlo lo mejor posible y para ello llegué incluso a aprenderme todo el trabajo de memoria. Mi intención era conseguir exponer el trabajo sin necesidad de consultar los papeles, con la cabeza alta y mirando al público. La verdad es que el tema era demasiado tedioso como para presentarlo en modo lectura pues corría el riesgo de que mis compañeros aprovecharan para echarse una siestecita y eso es precisamente lo que no quería que ocurriese. Aquella era mi oportunidad, quería demostrarme que podía superar mi timidez, mis inseguridades, y he de decir que a pesar de los nervios lo cierto es que este reto me hacía especial ilusión.
Llegó el gran día y a medida que se iba acercando la hora, comencé a sentir unas ganas tremendas de salir huyendo, las manos me sudaban, me temblaban las piernas, notaba la boca seca, sentía verdadero pánico. Deseaba que con un poco de suerte la mayoría de los compañeros hubiesen preferido ir a jugar al mus a la cafetería, pero no, allí estaban todos a pesar de ser la primera hora de la tarde. Subí al estrado y el profesor de literatura me cedió su mesa. Nada más pronunciar la primera frase me bloqueé. El resto de la exposición fue una lectura literal del trabajo en la que en vano intenté levantar la mirada del papel.
No fue del todo mal pues conseguí un notable alto en esta prueba pero también unas ganas tremendas de aprender a hablar en público. Comencé a leer libros de autoayuda, me apunté a clases de teatro y asistí a diversos talleres sobre comunicación. Todo ello me ha ido ayudando a lo largo de los años a conocer técnicas que he podido poner en práctica en las ocasiones en que he tenido la oportunidad de hablar en público, pero he de decir que ha sido sobre todo el teatro y las actuaciones musicales en las que participo desde hace varios años lo que más me ha ayudado a quitarle importancia al hecho de mostrarme ante el público y a liberarme de la tensión que esto me producía. Al fin y al cabo, la vida misma es una representación teatral en la que debemos saber interpretar el papel que nos toque en cada momento.
En mi próximo post compartiré algunas técnicas útiles para preparar una buena presentación al público.
Miedo el que pasé yo en clase de naturales de 1º BUP cuando el profesor ´´el capi´´ nos hacía decirle las tres leyes de Mendel de memoría delante de toda la clase.......Dios mío que inseguridad más grande.....y leer delante de la clase,creía que se me salía el corazón por la boca,menos mal que el tiempo te hace madurar y superar inseguridades y bueno si ya tienes técnicas para ello mejor ,perodespúes de tiempo digo despúes de mucho tiempo.
ResponderEliminarJajaja, es cierto, salir al encerado en el colegio ha sido siempre una dura prueba y rezábamos para que no nos tocara.
EliminarTu blog está genial. ¡Me encanta!
ResponderEliminarMe parece muy interesante que cuentes en este post tu experiencia personal sobre un tema en concreto para luego explicar las diferentes técnicas que hay para superar, en este caso, la timidez. Un besoo y ¡suerte!
Muchas gracias Elena
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