Pablo alzó su mirada y observó con tristeza la
misma escena que se repetía día tras día: sus padres, callados, no apartaban la
vista de sus ordenadores y, un poco más allá, tan huraña como siempre, su hermana
Emma chateaba con su móvil aislada del mundo gracias a unos grandes auriculares que
le tapaban las orejas.
Pablo suspiró. Su familia había sido
abducida por aquellos aparatos electrónicos que los había convertido en unos
gélidos autómatas. Un escalofrío recorrió su espalda. Necesitaba recuperar
cuanto antes a su familia.
Las vacaciones fueron transcurriendo con las
consabidas celebraciones familiares y los dulces típicos que nunca faltaban en
la mesa, sin embargo, Pablo seguía echando de menos hacer cosas divertidas con
sus padres y no perdía la esperanza de que la Navidad acabara por inundar de
magia cada rincón de su hogar.
El día de Reyes amaneció con un gran manto
blanco y Pablo se despertó lleno de emoción y curiosidad. Sabía que su hermana esperaba
de regalo un teléfono nuevo con el triple de capacidad, y su madre, un nuevo
juego para el ordenador que le robaría muchas más horas. De repente, escuchó a
su hermana quejarse a voces, ¿Qué habría pasado? ¿Decía qué habían entrado
ladrones? ¿Que habían desaparecido los regalos?
Pablo salió de su habitación y se dirigió
corriendo hasta el salón donde se encontraba el fastuoso árbol donde los Reyes Magos
solían dejar cada año los regalos para todos. Comprobó que allí no había nada y
sintió un vuelco al corazón. ¿Tendría aquello algo que ver con su deseo? De
hecho, este año lo único que había pedido en su carta era aquel juego de mesa
que tanto le molaba, y recordaba que había indicado expresamente “para jugar
con mi familia y poder pasarlo bien juntos”. Pero el juego tampoco estaba. ¡A
ver si era verdad que habían entrado los ladrones! – pensó el niño.
La madre apareció por la puerta anudándose
el cinturón de la bata, con cara somnolienta y completamente despeinada. ¿Qué
era eso de que habían entrado ladrones? ¡Seguro que le estaban gastando una
broma!
Emma empezó a llorar de rabia diciendo que
aquello no era justo, que llevaba meses esperando su nuevo teléfono para poder
hacer videos chulos con sus amigas y colgarlos en Youtube. Ahora se convertiría
en el hazmerreír de toda la clase. De repente se le encendió una luz
- ¿Y si este año los Reyes hubiesen preferido dejarnos los
regalos en otro sitio? – dijo entusiasmada.
Madre e hijo se miraron
y con gesto de aprobación decidieron ir en busca del tesoro escondido, pero no
encontraron ningún rastro de los regalos. De repente, la puerta de la entrada se
abrió y apareció el padre que había ido a comprar un enorme roscón para
desayunar. Traía la cara colorada y las manos congeladas, sin embargo, en sus
ojos había un brillo especial que todos percibieron. Al enterarse de lo
sucedido mantuvo la calma sorprendentemente y les animó a probar el roscón con
un chocolate calentito.
-¡Ya veréis cómo
después de este desayuno todo os parecerá distinto! -dijo el padre.
Los cuatro se dirigieron a la cocina
animados con la idea de probar el roscón. Tenían por costumbre que quien
encontrara la sorpresa se colocaría la corona y los demás deberían obedecerle, mientras que
quien encontrara el haba, tendría que fregar todos los cacharros. A Pablo le tocó la
sorpresa, era un pequeño niño Jesús de porcelana que colocó en el portal de
Belén. El niño se colocó la corona y tras mirar por la ventana lo bonita que
estaba la plaza propuso a todos salir juntos a jugar con la nieve.
Aquel día toda la familia disfrutó de una
maravillosa jornada en la que estuvieron cantando villancicos y tirándose bolas
de nieve. Volvieron a casa hambrientos y entre todos prepararon una suculenta
comida que devoraron entre risas y bromas. Tras recoger la mesa y la cocina, se dirigieron al salón. Emma y su madre ya iban a conectarse a sus
dispositivos cuando el padre apareció con un regalo entre sus manos. Se trataba
del juego de mesa que tanto había deseado Pablo. Todos le miraron con ojos
asombrados.
-Entonces, ¿fuiste
tú quien se llevó los regalos?
- He de admitir que sí,
pero fue por una buena causa. – confesó el padre-, ahora juguemos y
disfrutemos de este momento.
El juego resultó ser
muy entretenido y se pasaron el resto de la tarde jugando juntos, riendo sin
parar y lo más importante, sin necesidad de encender los ordenadores ni chatear
con el móvil. Aquel día se obró un milagro, y Pablo, consiguió recuperar a su
familia.
Emma también consiguió recuperar su regalo,
pero se dio cuenta de que había disfrutado mucho más aquella tarde que todas
aquellas horas que dedicaba a conversar con un frío aparato.
-Ven aquí pequeñajo
–dijo a su hermano sonriendo- déjame que te de un abrazo.
-Buff, pero sólo uno
¿vale?, no te vayas a pasar ahora – contestó Pablo feliz.
No olvidemos que la familia es el mejor regalo que tenemos, disfrutemos de ella mientras podamos, porque el tiempo pasa demasiado deprisa y no se puede dar marcha atrás.
¡Feliz Navidad a todos!
¡Feliz Navidad a todos!