sábado, 2 de abril de 2016

La Bella Donostia, una ciudad que enamora


Siempre había oído hablar de San Sebastián como una de las ciudades más bonitas de España y aunque nunca lo puse en duda quería comprobarlo por mí misma, así que este año nos decidimos por fin a pasar las vacaciones de Semana Santa en este precioso lugar que nos cautivó desde el primer momento. 


Quizá sea por mi condición de montañesa y de haber nacido en Cantabria que adoro el norte, sus pueblos, sus gentes, sus prados verdes y sobre todo ese mar azul intenso que impone fuerza y carácter a esta bella tierra. Por eso, cada vez que lo visito me siento como si volviera a mis raíces, a mi casa, y en esta ocasión no ha sido para menos, no en vano algún apellido vasco tengo.

He de decir que descubrir Donostia y sus alrededores ha sido todo un planazo. Desde el hotel Gudamendi en el que estuvimos alojados, en lo alto del Monte Igeldo, la panorámica de la ciudad es inmejorable y aunque tiene el inconveniente de que es necesario utilizar el coche para ir y venir al centro de la ciudad, merece la pena por la tranquilidad y el espacio natural que ofrece, aparte de que permiten llevar mascotas, lo cual fue casi el motivo principal por el que escogimos este alojamiento que para nosotros fue todo un acierto.

Lo primero que llama la atención cuando se llega a Donosti es la tranquilidad de sus calles y la majestuosidad de sus edificios que evocan tiempos de la Belle Époque en los que la aristocracia española escogió esta ciudad como lugar de veraneo siguiendo los pasos de Isabel II. Desde entonces, San Sebastián se ha vestido de palacetes y delicados ornamentos urbanos que le dan un  toque de distinción y son una marca inconfundible de la ciudad.

San Sebastián, o lo que es lo mismo, Donostia, es señorial y vanguardista, surfera y chic, abertzale y moderna. Es ante todo una ciudad que es fiel a sus tradiciones y que vive abierta a toda cultura respetando las diferentes corrientes y tendencias que allí confluyen. Y es precisamente en el Paseo de la Concha, lugar emblemático de la ciudad, donde pudimos apreciar este ir y venir de personajes dispares, tan distintos entre sí pero vinculados por una ciudad que acoge a todos y a cada uno de ellos, y sí, a turistas como nosotros también.

La Playa de la Concha es una de las tres playas urbanas que bordean la ciudad y es sin duda la más enigmática y bella de todas ellas. Abrazada por los montes Igeldo y Urgull, me llamó la atención su forma envolvente y la placidez de sus aguas que suben y bajan al compás de las mareas y que contrasta con la bravura de las olas que azotan toda la costa cantábrica y en especial, en Donosti, a la playa de Zurriola, santuario por excelencia de surferos que disfrutan con sus tablas y trajes de neopreno galopando sobre las embravecidas olas. La Concha es símbolo de la ciudad y es obligado disfrutar de su paseo dejándose hipnotizar por su mar, por el suave colorido de sus atardeceres, descubrir los misteriosos palacetes que miran desde el otro lado de la carretera  o incluso dejarse asombrar por alguno de los espectáculos que a menudo improvisan un sinfín de artistas callejeros.

Son muchas las cosas que nos enamoraron de esta ciudad, su estilizada catedral del Buen Pastor, sus románticos puentes sobre el río Urumea, el Palacio Miramar que destaca sobre la bahía con un estilo muy diferente al que ostentan el resto de edificios y que me recordó un poco a los típicos cottages ingleses, los jardines tan bellamente dispuestos por diversos enclaves de la ciudad, el paseo del Boulevard, el ambientazo de la Parte Vieja, y por supuesto su gran oferta gastronómica que seduce a todo el que le guste el buen yantar. A nosotros nos encantó probar sus deliciosos pintxos y aprovechamos que todavía estábamos en la temporada txotx para degustar la refrescante sidra natural y cómo no el afamado txacolí.

En nuestra escapada a Donostia no pudimos resistirnos a acercarnos a nuestro país vecino a conocer la bonita y elegante ciudad costera de Biarritz, y otra vez, de nuevo, en Euskadi, visitar otros afamados pueblos con un arraigado sabor a mar como Mutriku, Getaria y Zarautz donde el carácter del pueblo vasco se asoma en cada uno de sus rincones, despertando los sentidos a todo aquel que se deja llevar por la belleza de sus paisajes, la alegría de sus gentes reflejada en su música, en sus danzas, en su afición por el deporte y en particular por la bicicleta. En definitiva, Donostia es un destino obligado con múltiples planes que poder hacer y donde no me cansaría de visitar una y otra vez.

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